Ver a tus hijos crecer es, con total seguridad, una de las experiencias más enriquecedoras y fascinantes de toda la vida. Con ellos crecemos nosotros. Pero también surgirán dudas —por ambas partes—, incluso enfrentamientos. No hay que temer a los momentos así; también aprenderemos de esto.
Eso fue lo que pensé, como un consuelo, cuando mi hijo Íñigo, de nueve años, pasó todo el verano pidiéndome un móvil. La mitad de sus amigos ya tenían smartphone. Y, aunque me parecía bastante irresponsable permitir acceder a niños de 4º de primaria a una ventana abierta de par en par a todo lo malo (y bueno) que existe en el mundo, no podía sino sentir dudas: ¿estaba siendo un padre “aburrido”, un rancio que retrasa el aprendizaje tecnológico de su hijo por una mezcla de sobreprotección y miedo irracional?